Encontré Mi Casa

Encontré Mi Casa

ENCONTRÉ MI CASA

Recibí una llamada ayer. Como suelo ser la mayoría de las veces cuando recibo una llamada que es desconocida, me pongo distante e indiferente hasta identificar a mi interlocutor.

Cómo esta mi hermano Abel escuché su voz a través del teléfono apenas recibí la llamada. Me sentí sorprendido al escuchar este saludo tan amigable y familiar,   y me dejó desguarnecido pues esta persona me conocía supuestamente y me trataba con confianza y con cariño. Esta persona rápidamente había entrado a mi espacio privado y me estaba hablando con confianza lo que me invitó de la misma manera a ser familiar y amigable sin dejar de ser inquisitivo. Si le voy a dar mi atención y cariño a alguien es mejor que sepa con quien estoy hablando es mi manera de ser.

Con quién hablo pregunté tratando de ser amigable, respetuoso y distante, todo a la misma vez. Mi nombre es Vicente y soy el pastor de la Iglesia Evangélica Peruana de Manchay me respondió el hermano. Al escuchar la frase “Soy el pastor de la Iglesia Evangélica Peruana de Manchay” me emocioné y mi mente retrocedió en el tiempo más de 25 años atrás y se llenó de alegría mi corazón sin dejar de estar aún dudoso por la llamada.

Eres el pastor de la IEP de Manchay? pregunté emocionado otra vez y algo escéptico. Sí, hermano Abel, me dijo el pastor, soy el pastor de la IEP de Manchay. – Eres el pastor ya instalado oficialmente como pastor de la Iglesia,  pregunté más escéptico aun,  sí mi hermano soy un pastor instalado me respondió humildemente el pastor sin dar mucha importancia a mis preguntas confianzudas e insolentes.

Escuchar el nombre “La Iglesia Evangelica Peruana de Manchay” me hizo recordar todas mis vivencias y aventuras de esos tiempos mozos, todos esos años tristes, casi alegres que pasé por un tiempo allá en mi querido Manchay – Perú. En esa parte del Perú que nunca olvidaré y por quien ahora encuentro mi destino en los caminos de mi Señor. Esas historias vividas mías en ese rincón de cerros y tierras polvorientas y el humo de los carros y el jugar un fulbito en medio de la pista con los amigos mundanos y después una cerveza, o un delicioso caldo de gallina de la carpa callejera, allí también, donde tenía mi negocio de parchar llantas y vender aceite bamba a las combis y después si quedaba tiempo ir a la Iglesia para sentarme al final de la banca y escuchar coros e himnos espirituales,  que para ese entonces era rememorar los años pasados en mi Iglesia local en VMT de donde había salido sin querer más volver pues estaba en disciplina o casi excomulgado. Esos tiempos!

Escuchar el nombre “La Iglesia Evangélica Peruana de Manchay me hizo recordar cuando agarré,  o más bien invadí, un terreno de 1500 metros cuadrados y planté mi choza allí, con la ayuda de unos amigos que me animaban a quedarme allí,  a vivir con ellos,  pues los terrenos estaban despoblados y dada la carencia de carros y combis los dueños de los terrenos los habían abandonado y sólo tenía que posesionar para ser dueño. Wow, que suertudo me dije y me quedé allí. Y allí hice mis amigos, allí sentí el amor del mundo, de mis amigos del mundo, allí deambulé, allí no había religión, ni tareas ni deberes, menos restricciones. Allí, lejos del qué dirán,  pues nadie sabía mis orígenes, y nadie me podía identificar como el evangelista de la esquina.

Recuerdo que apenas supe que mi terreno tenía 500 metros más que el resto de lotes por estar en la esquina un pensamiento cruzó mi mente: “500 metros serán para la Iglesia” dije. Yo, por supuesto podía disfrutar de los 1000 metros restantes. Yo no podía, obviamente fundar una Iglesia, pero hablé con el pastor Pablo Pecho de la IEP de Maranatha en la avenida Brasil 335, Lima – Perú,  y le dije que tengo un terreno de 500 metros y que si está interesado pueden allí plantar una Iglesia. El pastor Pablo Pecho, que ya descansa en los brazos de su Maestro Jesús, ni corto,  ni perezoso, el domingo siguiente, él y un grupo de 9  hermanos de la IEP de Maranatha se aparecieron en los Huertos de Manchay y allí fundaron la  Iglesia. Esa escena no la tengo bien grabada en mi mente, pues no tenía en mente el significado de plantar una Iglesia.  A lo lejos recuerdo que vinieron y plantaron una choza más grande al costado de la mía y comenzaron allí los servicios todos los domingos. Yo estaba trabajando y de lejos les daba la bienvenida.

Todos los domingos,  los más de 9 hermanos venían desde el centro de Lima, más de dos horas de viaje y se aparecían en Manchay y realizaban La Escuela Dominical y un servicio y yo era el espectador, yo era aquel, que como Pedro miraba de lejos, sin querer acercarme mucho dada mi condición y decisión de no volver más a ser un cristiano hipócrita y falso.

Mientras esas escenas pasaban por mi mente seguía hablando con el hermano pastor a través del teléfono. Le pregunté de su vida y me contó de su vida. Le pregunté de su conversión y me contó de su conversión, de su pasado y de cómo ahora es pastor.

Y cómo llegaste a ser pastor de lo IEP de Manchay pregunté, cómo llegaste a Manchay? Y me contó de cómo llegó a Manchay. El venia de Andahuaylas a buscar futuro en Lima y llegó a Manchay y se instaló por algún rincón que no conozco pero que seguramente algún día conoceré.

Y cómo Llegaste a la IEP de Manchay insistí en preguntar, a qué iglesia asistías antes de congregar a la IEP de Manchay era mi pregunta directa y precisa. Nunca antes había escuchado de este hermano, pero seguramente el sí había oído de mí. Me contó que en esos tiempos no congregaba a  ninguna Iglesia porque él es muy celoso de otras denominaciones y que sólo quería ser miembro de una Iglesia Evangélica Peruana. Había el escuchado que en Los Huertos de Manchay había una IEP, pero no sabía exactamente en qué lugar. Un día,  me cuenta el hermano, salió a andar y a buscar esa Iglesia. Después de unas horas de caminar y caminar vio un terreno y un local y un letrero bien grande que decía: Iglesia Evangélica Peruana – Los Huertos de Manchay – Templo Getsemaní.

“Encontré mi casa” se dijo  para sí mismo, “Encontré mi familia, encontré mi hogar, y aquí me quedaré”. Dio gracias a Dios y desde allí congrega fielmente hasta ahora ser el pastor de la Iglesia.

Esa frase “Encontré mi casa” me llenó el corazón de emoción y me remontó al momento cuando decidí entregar todo ese terreno, los 1000 metros restantes a la Iglesia y ya no para mí. Estos eran momentos bastante críticos e intensos en mi vida, tan intensos que las pequeñas trivialidades de la vida tomaban un significado profundo en lo personal.

Recordé que estaba en un servicio especial en algún lugar de la ciudad de Lima. “La Ofrenda Memorial” era el título del mensaje y el predicador se esforzaba en persuadir a su audiencia que este es el tiempo para darle a Dios la ofrenda que nunca le has dado al Señor, una ofrenda memorial. Yo tenía en mi mente una especie de decepción de mí mismo de nunca haber obedecido a Dios y de siempre hacer mi propia voluntad y sentía también que esta era mi oportunidad de reivindicarme delante de Dios, así que asumí que Dios me había llevado allí para escuchar su palabra y tratar conmigo personalmente.

Y allí estaba yo, parado en el auditorio, mis manos juntas como orando, con mi pulgar tocando mi quijada, con los ojos cerrados. Una ofrenda memorial, repetía el mensaje. Yo tenía planeado ya vender el terreno que había obtenido  y con el producto del dinero salir adelante y hacer mi vida un poco más decente de la que llevaba. Buscaba contraer matrimonio con la única mujer que me inspiró matrimonio pero no tenía el dinero ni para el matrimonio ni para algún lugar a llevarla a vivir.

Si vendo el terreno, 100 dólares será mi ofrenda memorial le dije al Señor en silencio mientras oraba, la música sonaba y el predicador seguía dando la oportunidad. Al instante de hacer mi promesa sentí una burla de mi parte al considerar que 100 dólares no era una ofrenda memorial. 200 dólares, será  mi ofrenda memorial entonces, oré, para sentirme mejor conmigo mismo y tampoco sentí paz. Allí estaba yo, parado y meditando, orando y negociando y el tiempo pasaba. 300 dólares Señor, me atreví a decir con más confianza, pues 300 dólares ya era un monto significativo para impresionar a Dios y a mí mismo. Grande fue mi decepción al sentir que no tenía paz en mi corazón  sentía  que 300 dólares nunca será tampoco una ofrenda memorial.

Entonces dije, 500 dólares ya es mucho Señor,  y me sentí mejor pues 500 dólares eran para mí casi una cantidad astronómica. Pero, aun estaba yo allí sin sentir una paz completa y sentía que todavía estaba en una condición de no obedecer a Dios. Tenía la impresión que Dios no aceptaba los 500 dólares como mi ofrenda memorial y yo seguía allí, orando y luchando, orando y meditando.

Entonces sucedió lo impensable, entonces caí en la trampa, de pronto; repentinamente,  sentí en mi mente la palabra “Todo” y tembló mi corazón. “Todo” si es una ofrenda memorial pensé con firmeza y se reveló mi corazón y todo mi cuerpo, me estremecí y no quería ceder. Sentí que ya no tenía escapatoria, la palabra “Todo” se había clavado en mi mente y no había manera de negociar más. Todo si, en verdad era una ofrenda memorial y quede paralizado. “Todo” no puede ser me dije para mí mismo, El terreno es lo único que tengo, el terreno es mi única esperanza,  y si lo doy todo, entonces me quedaré totalmente sin esperanzas y sin chances de salir adelante.

Me sentí al borde del precipicio, y no quería saltar, tenía los ojos cerrados y estaba casi temblando. La palabra había sido dada, tenía el mensaje bien claro, era todo o nada y no tenía escapatoria. El pensamiento de toda mi vida haber sido un hijo desobediente estaba allí, delante de mí, el deseo de por una vez obedecer a Dios también estaba allí. Dos pensamientos, más una decisión había que ser hecha y yo no sabía qué hacer.

De pronto, inesperadamente, sin querer  pensar más, sin querer luchar más, cerré mis ojos y me lancé y dije: “Todo Señor, todo el terreno será para ti” y me quebré, me rompí, y lloré y lloré. Mientras lloraba sentía que caía a un precipicio sin fin y no tocaba fondo. Me sentí completamente desesperado y abandonado, tanto se había impregnado el terreno en mis sueños y esperanzas. Para eso había venido a este lugar y yo que esperaba recibir la bendición.  Ofrendar todo el terreno significaba no ofrecer más el terreno como venta nunca más. Ofrendar todo el terreno significaba dejar de soñar con el matrimonio y significaba decir, Señor, ahora si dependo totalmente de ti.

Dos semanas más tarde me reuní con el presidente de la Iglesia y le dije que todo el terreno ahora pertenece a la Iglesia y que pueden hacer y disponer como ellos quisieran y así fue. Una semana más adelante me llegó la carta de la Embajada de Los Estados Unidos dándome la fecha para la entrevista final que sería el último paso  para venir a vivir legalmente a Los Estados Unidos. Nos aprobaron la visa a los dos, a Bonny y a mí,  y el 31 de mayo del 2001, en medio de cantos y vítores familiares de alegría y lágrimas de alegría viajamos a los Estados Unidos para comenzar una nueva vida, esa vida que nunca imaginé vivir, esa vida que nunca estuvo ni en mis sueños más remotos vivir. Dios me ha dado mucho por tan poco que hice.

Así fue que terminé mi conversación con el pastor con quien conversaba y por quien habían venido a  mi memoria todos esos recuerdos. El pastor habló también a mi corazón acerca de lo que Dios está haciendo y hará con mi vida, escuchaba atento yo mientras oraba Señor tu voluntad sea hecha en mi vida. Amén.

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